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El malvado, malvado petróleo

Estamos acostumbrados a escuchar en los medios de comunicación a periodistas y a ciertos, mal llamados, ecologistas, criticar con dureza al petróleo y a los combustibles fósiles. Lo contaminante que es, lo malo que es, acompañado de imágenes de chimeneas contaminantes y negras nubes de humo. Esta forma de pensar a calado paulatinamente en la opinión público hasta el punto de que, parafraseando al chiste (malo) sobre el tabaco, parece que “el petróleo mató a mi padre y violó a mi madre”.

No me malinterpretéis, no pretendo hacer una alabanza a los lobbies petroleros, o incitaros a consumir más petróleo. Pero estas afirmaciones pierden fuerza cuando son realizadas por alguien con su smartphone de última generación, desde la comodidad climatizada de tu habitación, y con un coche de 200 CV en el garaje (o el deseo de tenerlo). No deberíamos olvidar que, sin duda alguna, la sociedad que disfrutamos en la actualidad no sería posible sin el petróleo. Todos nuestros avances tecnológicos, incluso los que nos permitirán sustituir en un futuro el uso del petróleo, no pueden ser desarrollados sin hacer uso del mismo.

No caigamos en la fácil hipocresía de pensar que el petróleo se emplea únicamente por el interés de grupos poderosos. El petróleo dispone de unas características excepcionales que han hecho que sea tan empleado. Su extracción es relativamente sencilla. Dispone de una enorme densidad energética, tanto por unidad de masa como por volumen. Su almacenamiento es seguro y no requiere de instalaciones complicadas. Se transporta con facilidad, se recarga con rapidez. Para convertirlo en energía simplemente se necesita realizar su combustión. Los equipos para ello, motores y calderas, son sencillos y bien conocidos para nuestra tecnología.

El mayor problema del petróleo, no nos engañemos, es que se acaba (ver este enlace). Ninguna de las tecnologías disponibles reúne todas las características necesarias para su sustitución, ni es previsible que estén en disposición de hacerlo en décadas. Pero lo que es realmente peligroso es que no disponemos de datos sobre las consecuencias medio ambientales que estas otras tecnologías pueden tener cuando se haga una implantación masiva de las mismas. A ver si, como suele decirse, va a ser peor el remedio que la enfermedad.

Tal vez os sorprenda, pero cuando se descubrió el petróleo se consideró que era una utopía energética. Una sustancia que había almacenado energía solar durante millones de años y que en su combustión únicamente liberaba H2O y CO2, exactamente igual que lo hacemos los seres vivos. Ambas sustancias estaban presentes en la atmósfera de forma natural y no se consideraban contaminantes. No fue hasta décadas después, cuando su masificación empezó a liberar toneladas de CO2, que surgió la preocupación por el efecto de estas emisiones en el efecto invernadero y el posible cambio climático.

Es necesario realizar estudios de impacto para el ciclo de vida de los posibles sustitutos del petróleo, cuando sean empleados de forma masiva para atender a la demanda mundial. No sabemos el efecto que puede tener la extracción de semiconductores para la generación de placas fotovoltáicas, así como su reciclaje. No sabemos el impacto de extracción de materiales, por ejemplo litio, en cantidades suficientes para producir baterías suficientes para mover el parque de vehículos mundial. No sabemos el efecto medio ambiental que supone implantar de forma masiva molinos eólicos o centrales solares suficientes para abastecer nuestra demanda de electricidad. Y lo peor es que no debe preocuparnos los efectos que somos capaces de calcular y cuantificar actualmente, si no los que aún desconocemos y descubriremos tras su implantación (como pasó con el CO2).

El problema del medio ambiente y de la energía no es el petróleo o los combustibles fósiles, es nuestro consumo desproporcionado de energía. Es nuestra necesidad de cambiar de Smartphone por el último modelo cada uno o dos años. Es poner en verano el termostato a 21ºC e ir por casa con manga larga. Es seguir viendo a gente salir de un semáforo acelerando en plan “to fast to furious”, aún viendo que a 10 metros tienen otro semáforo en rojo. Quizás esta sea la auténtica culpabilidad de los combustibles fósiles. Pusieron a nuestra disposición cantidades ingentes de energía y nos hemos mal acostumbrado a despilfarrarla. Nos hemos acostumbrado a un nivel de vida y a unas características técnicas de nuestras máquinas, a las que no estamos dispuestos a renunciar. No queremos un coche más lento, o que acelere más despacio, o con menor autonomía.

Tampoco nos va a ayudar pensar en un futuro de ciudades blancas, impolutas, abastecidas con tecnologías no contaminantes. Tecnologías que nos permitan mantener nuestros hábitos con un impacto nulo sobre el medio ambiente. Estas tecnologías, no existen, no existirán nunca. Cualquier tecnología que empleemos tendrá un efecto en el medio. Esta forma de pensamiento solo sirve para negar nuestra responsabilidad en el problema. No es culpa mía, por dejar la ventana abierta con la calefacción puesta. Es culpa “de los de arriba”, que no quieren que las tecnologías limpias vean la luz.

Así que la próxima vez que busquemos culpables sobre el estado del medio ambiente y el panorama energético. O cuando oigáis criticar el papel del petróleo y los combustibles fósiles. Antes incluso de ponernos a buscar grandes conspiraciones y trasladar la culpa a la presión de grandes grupos económicos, os propongo como ejercicio de auto crítica que antes nos miremos todos en el espejo. Yo el primero.